Por Angie
Durante la pandemia, encontré la oportunidad de observar con un poco más de detenimiento el significado, para mí, de parar. De pronto llegó un tiempo de descanso, no se podía hacer. Con Leo veníamos de 2 mudanzas y una obra recién terminada donde instalamos la nueva shala (que hace un mes abandonamos). Recuerdo una de las primeras practicas ya en confinamiento, sentí todo mi cuerpo estremecido de estrés. Estaba haciendo el ejercicio de pre pranayama que nos enseña Matthew y sentí que iba a explotar. Tomé consciencia de un estrés que no era del momento, un estrés que lo venía teniendo, pero no me había dado cuenta, o si me había dado cuenta, pero no lo había registrado. Dolor en la cintura, dificultades para dormir, tensión, mala digestión permanente. En ese momento decidí hacer una especie de reseteo en mi práctica. Me propuse hacer un poco menos, sumar un momento más largo de quietud observando la respiración sentada y practicar con menos esfuerzo. Es loco ver como la práctica se puede transformar en nuestro peor enemigo o en nuestra más preciada aliada. Si no estamos presentes la práctica se tiñe del desequilibrio que cargamos. Veo muy a menudo en lxs practicantes la tendencia a ponerle más importancia a la parte activa de la práctica y relegar los momentos de no movimiento. Y creo que es importante observar esta tendencia con un poquito más de profundidad. Si observamos el mundo y su funcionamiento sucede lo mismo. Lo importante es producir. Salimos del trabajo directo a hacer alguna otra actividad, nuestros días son un rompecabezas de compromisos y cosas por hacer. Llega el finde y como si la quietud y el descanso fueran pecado mortal hacemos todo lo posible por evitar “estar y sentir”. Salimos, tomamos, comemos, dormimos demás. Estamos siempre haciendo. Porque incluso cuando tenemos tiempo libre sentimos esa ansiedad por hacer las cosas que disfrutamos y quedan siempre pendientes. ¿En qué momento nos quedamos quietxs? A veces siento que para algunas personas quietud es igual a morir. ¿Quienes somos si no hacemos?
En la práctica tenemos infinitos momentos para observar esta tendencia y buscar el equilibrio entre hacer y no hacer, tensión y relajación, stira y suka. Un momento de vital importancia es la relajación final, el descanso, o como se le llama a veces savasana. Savasana es difícil porque estamos acostumbradxs a andar con muchas cosas en la cabeza, tratando de esquivar las amenazas siempre inminentes de fallar, llegar tarde, ser malxs en nuestro trabajo, etc. El hecho de que las amenazas hayan cambiado no significa que lo haya hecho la forma en que responden nuestros cuerpos. Necesitamos volver a entrenarnos para entrar en un estado de verdadero descanso. Gregor Maehle sobre savasana: “Savasana es una parte intrínseca de la práctica del yoga. A través de la práctica, calentamos y purificamos el cuerpo denso (físico) y el cuerpo sutil (energético). Después de la práctica, el cuerpo necesita tiempo para enfriarse y asentarse. Dar un salto de inmediato y comenzar nuestras actividades diarias puede hacer que uno se sienta agitado y nervioso. El efecto calmante, centrante y relajante de la práctica del yoga solo puede surgir cuando se toma un descanso adecuado después. La relajación es importante para la asimilación del prana. El prana se encuentra en la atmosfera. (…) La práctica es más beneficiosa si se realiza al amanecer o el atardecer porque los niveles de prana están más elevados. (…) La vida se sostiene por el prana. Savasana nos da la chance de asimilar ese prana. A través de la relajación, el cuerpo, después de haber sido preparado con la práctica, se vuelve receptivo, como una esponja que lo absorbe. Savasana es literalmente un baño en prana atmosférico. Pero para que eso suceda debemos relajarnos completamente.” Aprovechemos nuestra práctica diaria para construir un mundo más amable, más coherente y saludable. Empecemos por casa. Descansemos más.