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Por Matthew Vollmer

La respuesta corta y breve a esa pregunta es sí, probablemente nos lastimemos. No conozco a nadie que no se haya lastimado en el correr de la vida, es parte de sus riesgos. Ashtanga yoga enseña sobre la vida, por lo tanto tal vez no sea sorprendente que yo no conozca a nadie que venga practicando ashtanga yoga con seriedad por un periodo de largo tiempo y que no se haya lastimado o lesionado en algún grado durante la práctica de asana.
La práctica de asana en ashtanga yoga comprende seis series. Tenemos la primera o serie primaria, luego le sigue la serie intermedia y cuatro series avanzadas, cada una más difícil que la anterior. Por lo tanto hay mucho para trabajar para cada uno de nosotros; mismo la persona más fuerte y más flexible encontrará posturas que pueden enseñarle lecciones útiles. Aquellos entre nosotros que son más duros o más débiles, tienen mucho trabajo a realizar con la primera serie, lo que ya es bueno, pues podemos aprender las mismas lecciones con bastante menos esfuerzo que otros que tienen cuerpos más fuertes y flexibles. Ellos podrán o deberán continuar trabajando las posturas intermedias y avanzadas para encontrar el mismo potencial de aprender con la práctica, tal vez apenas por el hecho. De haber practicado mucha gimnasia en los tiempos de escuela.
Examinando las posturas de la primera serie, descubriremos que un médico convencional o un fisioterapeuta contraindicaran la mayor parte de las posturas por ser potencialmente peligrosas para determinadas articulaciones o tejido conjuntivo. Imagine su reacción si le mostráramos algunos ajustes recibidos durante la práctica de esas posturas. Y su consejo no está equivocado, más tenemos que examinar por qué realizamos esa práctica, y que ninguno práctica para estar seguro.
Las razones para practicar tienen poco que ver con evitar lesiones y dolor. De hecho, para alcanzar esos objetivos a través de la práctica de asana usaremos el cuerpo y a través del vivenciaremos las lecciones que facultaran a nuestro desarrollo.
Así, a una cierta altura es probable que necesitemos de una lesión para experimentar el dolor y aprender a partir de la cualidad de la reacción frente a ella. Tal vez tengamos que vivenciarlo repetidamente y por mucho tiempo. Algunos entre nosotros tal vez necesitemos dolor intenso con bastante frecuencia, otros, solamente una rara sensación de desconfort. El grado de dolor envuelto en el proceso depende de nosotros, y de nuestra naturaleza actual.
En un nivel puramente físico, nuestros cuerpos se modifican a medida que la práctica de asana avanza y comienza a afectarnos. El cuerpo cambia de forma al promover posturas y alineamientos mejores, lo que significa que músculos, tendones, ligamentos y articulaciones se modifican y cambian de tamaño, orientación y posicionamiento. Tejido conjuntivo, órganos, nervios, sangre y otros vasos pueden experimentar presiones diferentes sobre ellos se mueven y cambian de forma juntamente con el sistema muscular y esquelético que los envuelve.
Las alteraciones normalmente acontecen de forma lenta y gradual y en esas condiciones el practicante experimenta una sensación de cuerpo dolorido. Ese dolor latente aparece durante todo el día o toda la semana. Comienza con intensidad después de la primera práctica de la semana y se va reduciendo en el correr de la semana (asumiendo que practicamos 5 o 6 veces por semana). Entretanto algunas alteraciones pueden ocurrir de forma más brusca. Por ejemplo, la presión de un músculo para moverse de un lado de una obstrucción para otro puede aumentar lentamente hasta que un día las condiciones se encajan correctamente y este cambia de un lado a otro repentinamente. Esa forma brusca de reacomodamiento puede ocurrir juntamente con alguna contusión que tal vez perdure algunas semanas.
Cuando esto sucede, muchas veces comenzamos a darnos cuenta que nos lastimamos y consecuentemente nos perturbamos y estamos infelices por causa de nuestro apego al cuerpo y al bienestar. Más tarde, cuando descubrimos se trataba de una “apertura” (el nombre que Sri K. Pattabhi Jois daba a este cambio positivo en el cuerpo), y volvemos a sentirnos felices. Los altibajos de nuestro humor continúan indefinidamente, atados al destino de nuestro cuerpo y de cualesquiera que sean los objetos a los que nos apegamos. De esta forma, a través de la práctica experimentamos de qué manera nuestra felicidad depende de objetos y como, en cuanto esa situación perdure, permaneceremos prisioneros de esos objetos, ya que entregamos nuestra libertad a ellos.
En algún lugar leí sobre un profesor que dice a su alumno algo así como: “ah, usted tiene miedo de lastimarse, y, en tanto que, lo que es una lesión, o lo que es un buen cuerpo saludable, ambos no pasan de ser distracciones”.

Siempre que yo decía a Sri K. Pattabhi Jois o a Sharath Rangaswamy que me estaba sintiendo duro y dolorido, con miedo de lastimarme, volvía a escuchar el mismo consejo: “ No pienses, no tengas miedo, solo hace”. Los riesgos parecen no tener importancia para ellos, pero sé que a ellos les importaba y que no querían que yo me lastimara. Lo que les parece importante es que nos mantengamos enfocados en la respiración y, por tanto lucidos y conscientes en toda y cualquier circunstancia, cualquiera sea la presión a que estemos sometidos.
Con el correr del trabajo de asana sentimos nuestros límites, refinando constantemente la definición de nuestro limite. Y el tipo de habilidad que requiere una mente pacífica y tranquila por el foco en la respiración. Definir los límites de nuestros temores y resistencias que nos impiden de profundizar en las posturas físicas tienen un paralelo directo con nuestras vidas: podemos usar la práctica para ayudarnos a vivir la vida más intensa y a evolucionar. Pero no podemos hacerlo en la seguridad, tenemos que desafiarnos a aproximarnos a los límites y enseguida entrar a territorios desconocidos, pues es ahí que acontece la verdadera sustancia del desarrollo. Con esa práctica nos sentimos más aptos para estar en medio de situaciones incontrolables y podemos ver que el verdadero dolor seria causado por apegarnos a esas situaciones por razón del miedo.

De esa forma seremos capaces de entender que allí donde existimos, en el interior del muro formado por nuestros miedos y resistencias, existe una realidad que definimos, no siendo esta una realidad verdadera. Cuando reducimos nuestro miedo y procuramos no escondernos detrás de los muros seguros de nuestra realidad, nos volvemos capaces de expandir nuestra existencia, la que habitualmente envuelve sufrimiento por vernos que antes nos escondíamos detrás de nuestra propia invención de la realidad. A pesar que posiblemente suframos, reaprendemos la capacidad de experimentar la vida conforme ella acontece y reaprendemos a saltar con ligereza, sin forzar y sin juzgar, así como hacíamos cuando éramos niños. Es una gentileza para conocimiento de unos pocos, que con
una práctica constante y dedicada, hace surgir una participación espaciosa en el flujo del cambio que están más allá de las ideas de ganancias y pérdidas, más allá de ideas de vida y muerte. Abriéndonos hacia la vastedad de aquello que es. Comenzamos a abrirnos hacia la propia consciencia, por nada amenazados, de nada recogiéndonos, y volviéndonos unos con la vida.
Para comenzar a desarrollar esto tenemos que aceptar el riesgo de aproximarnos a nuestros límites, adentrándonos a nuevos territorios en la vida y en la práctica de asana puede significar herirnos, en lo físico, en lo mental y en lo emocional.
Frecuentemente es preciso que una frustración en la vida ocurra para recordarnos que esta mente que proyecta una realidad es fútil. Que la mente que cultiva la esperanza o que procura controlar es ridícula. Ella simplemente cierra nuestros ojos, nos intoxica, nunca permite que la realidad sea revelada, por el contrario, nos protege de la realidad. Hay maestros que hablan en términos de esperanza, tal como el optimismo de la antesala de un solo futuro, pero a los ojos de Patanjali esto es infantilidad. Es trasmitirnos la esperanza de eliminar el dolor causado por esperanzas pasadas. El yoga espera de nosotros que seamos mucho más maduros y afirma que no es posible definir nuestra realidad y esperar algo o merecer algo. No existe la posibilidad de cualquier realización en el futuro. De modo que es inútil desear un futuro ausente de dolor, no hay nadie esperando allá en el futuro con dadivas para nosotros.
Es bueno recordar que el dolor es algo definido, poder sufrir es una experiencia humana de ese dolor y es por lo tanto, relativo. Algunas personas aparentemente fuertes y flexibles sufren desmesuradamente cada vez que sienten un poco de incomodidad por causa de un músculo ligeramente distendido. Otros parecen sufrir menos, a pesar de ser portadores de una condición severamente debilitante un derrame, que no les permite si quiera vestirse por la mañana.
Es obvio que preferimos ser el tipo de personas que pueden sentir dolor pero no sufrir más allá de la cuenta. ¿Cómo eso es posible? Eso es el beneficio de una práctica regular de yoga. ¿No solo se habita el cuerpo de manera más confortable, si no como se encara ¿a también cualquier incomodidad, sea física, mental o emocional, a partir de una perspectiva mejor. ¿Cómo eso sucede? ¿Cómo podemos modificar nuestra actitud delante del dolor? ¿Podemos hacerlo sin experimentar el dolor? No podemos, eso es imposible. Para cambiar nuestra actitud delante el dolor es preciso experimentarla. Tenemos que experimentar el dolor y experimentar de qué manera esa actitud delante del dolor puede reducir o aumentar el sufrimiento.

Tal vez sea necesario pasar por esa lección muchas veces, para que el entendimiento de esta situación penetre hondo hasta la raíz de nuestra mente y de nuestro cuerpo. Solamente cuando cambiamos en ese nivel profundo, seremos capaces de modificar patrones de comportamiento antiguos. Eso sucede porque la personalidad humana no es enteramente intelectual, y si echa raíces en la mente inconsciente. Esta es típicamente noventa por ciento inconsciente y diez por ciento consciente, como la proporción de un iceberg. Por tanto una noción puramente intelectual de la naturaleza del dolor y del sufrimiento no nos podrá ayudar. Y es preciso desarrollar un entendimiento de la vivencia y frecuentemente necesitamos de una experiencia repetida para que el entendimiento penetre en nuestra mente inconsciente y de allí se vuelva parte integrante. Una vez que ese entendimiento se convirtió parte de la mente inconsciente, comienza a funcionar a partir de esa fuente profunda, mismo si estuviésemos sometidos a una gran presión en situaciones extremas, porque se convirtió en nuestra “manera de ser”.

Extraído de “Asanas y lesiones en ashtanga yoga “, Matthew Vollmer.

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